viernes, 14 de noviembre de 2014

TODOS LOS SANTOS EN AMBAR


Plaza de Ambar
Mi madre -que pasó casi media centuria en el valle de Ambar- siempre apreció el cementerio del pueblo que se dice La sucursal del cielo. "Aunque no es muy grande está siempre bien cuidado", decía. Sus palabras -alguna vez se lo dije- me recordaban las del general Omar Torrijos, quien creía que para hacerse una idea precisa de como es un pueblo no existía nada mejor que visitar su cementerio. "Según como traten a sus muertos sabras como tratan a los vivos", solía sentenciar - conforme al testimonio de su amigo Graham Greene- el lider que recuperó el Canal de Panamá para su patria.
Persuadido por tales evocaciones, pero ante todo, convencido por el hallazgo de un oportuno binocular entre las cosas guardadas en la casa que albergó a mi madre, el 2.11.2014 (en el Día de los Muertos) decido caminar los casi 15 km que separan el predio de Lascamayo del pueblo de Ambar. 

Parto a mediodía y el camino que recorro es la trocha que en otro tiempo fuera (en su mayor parte) camino de herradura. Se trata -literalmente- del camino de mi vida. Pues por ese mismo camino -ahora extinto- llegué en brazos de mi madre a Lascamayo. Cincuenta años después el camino y mi madre han desaparecido. Ahora cada día la trocha carrozable construida es recorrida por un destartalado y atestado bus.

Mientras camino, cada cierto tramo, me detengo para hacer uso del binocular y contemplar con nitidez lo que en ocasiones habituales me resigno a mirar a la distancia. Pero no menos impresión me causan los recuerdos: en especial tener presente que por ese mismo camino Narcisa Gonzales (entrañable amiga de mi madre) fue conducida por una columna terrorista, un día de 1989, camino a su destino final. Acribillada por la espalda y en estado de gestación. Así murió Nashe en la plaza de Ambar. Imposible olvidarlo. Imperdonable ignorarlo.

Al final de la tarde, después de cuatro horas de caminar (y mirar) ingreso al pueblo. Al llegar me conmociona encontrar todavía  vestigios de los antiguos albergues destinados para los damnificados del terremoto de 1970. A la salida (o entrada -como en mi caso- para el que vuelve) se ven aun una hilera de aquellas habitaciones temporales. Me enternece mirarlas, pues delante de ellas, una tarde inolvidable de 1977, miré allí a Carmen. La vi lavando sus prendas junto al caño y a su abuela paterna. A pesar del tiempo, esta tarde, con no menos desesperación y emoción me parece verla todavía. Pues desde allí, desde una de aquellas precarias habitaciones me parece aun oír su voz inolvidable señalando mi destino: "Ven pasa".
Carmen, la de entonces

Pero apenas ingreso al pueblo me aguarda lo más increíble: encuentro a Carmen -gorda y arrugada, del mismo modo que yo calvo y canoso- sentada a la entrada de una casa en donde almacenan cajas para duraznos recién cosechados. Junto a ella se encuentra su prima Gavy. Las saludo con perpleja gratitud y luego de un breve intercambio de palabras sigo mi camino. Ocurre entonces que, en busca de almuerzo, llego al restaurante de Julia Pacheco (hermana mayor de Carmen). Al verme Julia me recibe con amabilidad y me invita a pasar. Al verme llegar don Paulino, su padre, me recibe con igual entusiasmo y gratitud. Y así, cuando regresan Carmen y Gavy, para sorpresa de ambas me encuentran compartiendo la mesa y conversando con el patriarca de la familia.

Don Paulino conoció a mis abuelos Augusto Villanueva y David Reyes, a quienes debo mi presencia en Ambar. Don Paulino los recuerda con aprecio. "Yo he tenido esa suerte de tener buenos amigos". Incluso hace memoria de una mula que mi abuelo Augusto le dió para amansar pero que luego de derribarlo terminó indomeñable y proscrita a las alturas de Gorgor.

La conversación se interrumpe cuando Carmen y Gavy se despiden. Pues un station wagon las espera para conducirlas hasta Huacho. Por su parte, don Paulino, apenas al despedirlas empuña  su bastón y se encamina rumbo al cementerio. "¡Mira, mi papá se va solo!", dice Carmen. Entonces siento en su voz el llamado del deber y alcanzo en la plaza al rozangante patriarca.
Durante un par de horas velamos a doña Josefina, su esposa, y a su madre. Y mientras las velas ardían conversamos. Le pregunto por qué la trajo si falleció en Lima. "La soñaba. Juntos llegábamos para acá", me responde. También me cuenta que se casaron cuando ella tenía 16 y el 21. Al verlo y escucharlo me conmueve la certeza de comprobar que para el amor no hay edad.


Cuando unas velas se apagan soy yo el que me encargo de reponer otras. No me lo dice, pero estoy seguro que le complace aquella coincidencia que nos reune en un día tan especial en un lugar no menos especial. Por mi parte -aunque no se lo digo- me hace feliz retribuir la existencia de quien hizo posible la existencia del más hermoso recuerdo de amor de mi vida.

viernes, 12 de septiembre de 2014

PERÚ QOYA EN LA CORDILLERA HUAYHUASH Y EN LA VIII FERIA GASTRÓNÓMICA CAJATAMBINA

Con Domingo García Quinteros, Capitán de la Tarde 2014
Acompañando a Carlos Quinteros García, Capitán de la Tarde 2015
LVS y su creatura
La fundadora de Perú Qoya sonrie y brinda con jara asua en mate


El 1.8.2014 viajamos hasta la laguna de Viconga conforme a lo programado y al día siguiente, por invitación de doña Mechita Armas, junto con Lizbet Susanibar concurrimos a su casa en Antay para degustar el más delicioso mate de Pari de cuantos apreciamos en las fiestas patronales de Cajatambo.
De igual modo, atendiendo la cordial invitación de , el domingo 8.9.2014 nos trasladamos a Lima para participar en la VIII Feria Gastronómica Cajatambina que organiza doña Meche y sus hijos.
Nos hicimos presente para ofrecer productos artesanales inspirados en los paisajes y en las fiestas de Cajatambo, y también para promocionar las cinco rutas diseñadas y programadas por Peru Qoya. Pero en especial fuimos para ver y celebrar el video que URA Producciones había editado sobre el viaje a Viconga.
Pero en verdad, más allá de degustar -al ritmo de la música que más queremos- los sabores añorados, la verdadera celebración fue sin duda la sucesión de saludos y abrazos, sellados -como no podía ser de otro modo- con un buen brindis. El mejor de todos: el que procura la embriaguez de encontrarse con las personas a las que uno importa y que se quiere y se prefiere. De manera que, como tampoco podría ser de otro modo, el trago -sea cual fuere- deviene en tales circunstancias en apenas un bebible pretexto.

http://www.feriacajatambina.blogspot.com/2014/09/reportaje-fotografico-feria.html

SIGO SIENDO / KACHKANIRAQMI





"Y porsupuesto la música es buena cuando es buena. 
                         Ahora, ¿cuál es la música buena? La buena"
                                                     Carlos   Hayre                                          


El poeta César Calvo contó que cierto día, entre tragos, le preguntó a José María Arguedas: "¿Qué podemos hacer los que te queremos para que no te mates?". Y que la respuesta del escritor, entre tragos, fue simple y concreta: "Impidan que lleguen los españoles".
"Agua" se llamó el primer libro (de cuentos) de Arguedas, y precisamente con el canto y la visión del agua en la espesura del bosque comienza "Sigo siendo", la película-documental de Javier Corcuera.
"La vida es eso: darle más vida a la vida", afirma uno de los personajes. Nada como el canto y el baile para hacerlo posible y sensible. Por eso con la voz y la presencia de apenas un puñado de músicos que se limitan a interpretar sus canciones y contar sus vidas, está hecha "Sigo siendo"
"Cuando me inspiro, canto, y debo compartirlo con todos", dice Amelia Panduro, la única cantante conibo-shipiba del grupo, mientras -en escena- se deliza sigilosa a través de una nímia canoa que navega sobre un río brumoso que parece no tener límites (y no es para menos: tan solo el río Amazonas contiene el 16 por ciento del agua dulce del planeta). "Desde niña aprendí a cantar, y ahora que soy anciana, tengo más conocimiento. Y me nace, por eso canto. Si mis nietos aprendieron, mi canto se quedará en esta vida.  Si nadie aprendió,  cuando descanse será como llevar mis cosas amontonadas".


Lejos, entre altas y blancas nubes, bajo un límpido cielo azul, Máximo Damian (el músico ayacuchano a quien Arguedas dedicó su último libro) desgrana con parsimonia el maíz seco guardado en su casa familiar de San Diego de Ishua y dice: "Hoy termina la limpieza de las acequias y comienzan las fiestas. En la fiesta del agua  los solteros y casados salen a cantar y bailar". 
Aguas andinas que se precipitan horadando cumbres empinadas para fecundar parcelas y sacramentar ritos antiguos. Se trata, en este caso -a tono con los tiempos de imparable equidad- del bautismo de "Palomita", la mujer danzak que se ha transportado hasta las alturas para recibir el amparo de los huamanis. Circunstancia que motiva que, de igual modo que "Palomita" compite con "Cuspicha", lo hagan también Máximo Damian y Andrés "Chimango" Lares, los dos más consagrados violinistas de la danza de las tijeras del Perú.
Contrapunto de acordes y evocaciones en quechua y el idioma conibo-shipibo, además del predominante español, "Sigo siendo" resulta ser más que una película, un ensayo visual. Un sutil ensayo escrito con imágenes de piedras, árboles, cerros y ríos. Sobre todo ríos. Ríos diáfanos y profundos. Y silencios, estruendosos silencios.
"Nuestros pueblos derramaron dolor y lágrimas", recuerda "Chimango", al evocar los años de violencia de fines del siglo XX y es la voz de la cantante Saywa, a través de una canción, que narra la pesarosa historia. 
Finalmente, semejante a los ríos, "Sigo siendo" termina junto al mar, alrededor de las impenitentes aguas del Rimac que atraviesa Lima, la ciudad donde se concentrá el tercio de peruanas y peruanos. La ciudad de todas las sangres y de todas las voces. 

viernes, 5 de septiembre de 2014

II ENCUENTRO INTERNACIONAL DE ESCRITORES Y POETAS DE LA REGIÓN LIMA




Luciendo el gorro de la agencia de turismo Perú Qoya, la mañana del 17.8.2014 me embarqué rumbo al distrito de Ambar junto con los participantes del II Encuentro Internacional de Escritores y Poetas que se realizó en la ciudad de Huacho, Capital de la Hospitalidad. Y a nombre de Perú Qoya, a manera de contribución con el encuentro, me presenté y oficié de anfitrión de los viajeros.
Quince escritores y poetas, entre los que se encontraban Juan Carlos Priotti de Argentina y Patricio Guzmán Cárdenas del Ecuador y  asimismo José Pablo Quevedo, pintor, poeta y filósofo piurano residente en Alemania (en cuyo homenaje se realizó el encuentro) formaban parte de la comitiva. Pertrechados de sus respectivas obras creativas, todos, o casi todos,  abordaron  en las afueras de la Casa de la Cultura el vehículo que habría de recorrer los 70 km de trocha que separan Huacho de Ambar, la Sucursal del Cielo.
Integraba de igual modo la delegación  Narciso Robles Atachagua, presidente de la Sociedad de  Poetas y Narradores de Cajatambo, quien con sus ochenta y cuatro años a cuestas y sus nueve libros entre manos, viajaba entusiasmado para hacer entrega personal de sus obras y dar fundación a la biblioteca municipal de Ambar. Para Narciso doble motivo avivaba su entusiasmo: conocer el distrito que aun pertenecía a Cajatambo cuando él nació y llegar al pueblo cuyas montañas había escalado con sus alumnos del Club de Andinismo Escolar de Naván entre 1964 y 1966.
Hijo de padre ambarino y forjador de la Sociedad de Poetas y Narradores de la Región Lima, Julio Solórzano Murga, también regresa -a diferencia de ocasiones anteriores- para honrar la memoria de “Mocha”, su padre, quién alguna vez lo conminara con estas inapelables palabras: “Pobre carajo que no escribas sobre Ambar”. A su vez, Alcibiades Morales Torres, hijo de madre ambarina y autor de “Poemas del alma”, libro en mano y con el alma en vilo, viaja por vez primera a la tierra de su progenitora.
Como es obvio suponer la carga emotiva era inmensa y por eso mismo, en el desarrollo de la ceremonia presidida por el alcalde Lucio Alor Garay, entre alocución y alocución, no estuvieron desprovistas de la elocuencia adicional de las lágrimas y la emoción. Sin embargo, para mi propia sorpresa, aun teniendo sobrados motivos, ni mis ojos se nublaron ni voz se quebró. Al contrario, renegué por decir menos de lo que acaso debí.
Con todo, aunque asistí al encuentro como espectador y oyente, en las dos horas que duró el viaje del modo más libérrimo y cordial -lo que no acredita ninguna virtud- merecí la atención de los entrañables y distinguidos viajeros que, con sus presencias y sus obras, fueron a fundar la biblioteca "Hilmer Gavedia Sifuentes" de Ambar. Digamos que aquella fue mi móvil ponencia. Además de algunas lecturas y no pocas aventuras, conocer Ambar desde los brazos de mi madre me otorgaba cierta versación, pero sobre todo, me imponía la obligación de ser un correcto anfitrión.
Al final del viaje llegué a Ambar, literalmente, cargado de libros. Entre aplausos y risas, cada libro recibido de manos de sus propios autores, más que un regalo fue un testimonio espontaneo de gratitud y aprecio. Y por eso mismo,  más que libros -me figuro yo- serán siempre para mí mis más leales y preciados premios. 
Pero a pesar del fulgor radiante que nos acompaña y del humor fraternal que prevalece, aquel viaje memorable tuvo de pronto un detalle que jamás olvidaré. Ocurre que al hacer mención de los trágicos sucesos que a fines de 1997 causó el Fenómeno del Niño en Ambar evoqué a Joaquina y su muerte violenta. Les conté que Felicita Joaquina Laureano León llegó de Cajatambo a Ambar siendo niña con sus padres y que la tarde del 27.12.1997 en su estancia de Torrejirka al acomodar la calamina del techo para detener la lluvia diluvial que amenazaba inundar la rústica habitación donde se encontraba con sus pequeños hijos un rayo la fulminó.
También recordé que, a pesar de la destrucción de los puentes y los caminos, fue transportada entre abismos hasta el pueblo y que la imagen de su cuerpo inerte reposando sobre una kirma de palos apareció en la portada de La República a nivel nacional. Entonces, nunca como en aquel momento, me pareció preciso leer el poema que escribí en su memoria: “Miro tu foto / en la portada de un periódico. / Tu cuerpo inerte / sobre la camilla de palos. / El tiempo ha pasado / y parece mentira tanta noticia. / Parece mentira pero es verdad. / Las tardes de junio cuando cantabas en San Juan. / Tu vida en Torrejirka, / adonde llegaste siendo niña todavía. / Todo ha terminado. / Tu imagen es ahora un símbolo trágico. / Una ausencia famosa. / Parece mentira pero es verdad. / Encontrarte en una esquina / y en otra, / y saber que eres tú y no eres”.
Hechos los brindis y dichos los discursos, terminado el protocolo y arrasados los suculentos platos de cuye con que fueron agasajados, los poéticos paladares, previo al retorno, hicieron una petición final: visitar el cementerio. Nada pudo ser motivo de mayor sorpresa y gratitud -por mi parte y por parte de quienes habían escuchado el poema- que aquella  unánime y repentina voluntad de conocer la tumba de aquella comunera cajatambina que se hizo ambarina. Entonces toda la comitiva, incluido el alcalde, fuimos en busca de Joaquina.
Resurrecta en palabras. Viva en la memoria. Como no podía ser de otra manera Joaquina recibió sentidos cantos y vibrantes poemas, incluido el de José Pablo Quevedo que vino de Alemanía y eligió la tumba de Joaquina en Ambar para leer el único poema que dio lectura durante los tres días que duró el encuentro que llevó su nombre.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

CAJATAMBO 2014




Cuando el 27.7.2014 en compañía Lizbet Varillas Susanibar, fundadora de Perú Qoya, viajamos para asistir a la celebración de las fiestas patronales en tributo de María Magdalena, ambos sabíamos que nuestra fiesta verdadera sería, en definitiva,  volver a las montañas. Por eso, apenas al desembarcar en la carretera, nada pudo ser más grato saludar primero que a nadie a Saturnino Robles Atachagua, el único cajatambino presente de los cuatro andinistas que en 1958 ascendieron al pico del Huacshash, el apu nevado tutelar de Cajatambo. Con todo, aquel mismo día, después de bailar al ritmo de la banda de Huasta, comer locro y beber en casa de la familia Quinteros García, nada pudo ser mas grato que arrebujarse entre abrigadoras frazadas salidas de extintos telares.
Al día siguiente, 28, en el cumpleaños de la patria, en una esquina de la plaza de Astobamba, en la nueva tienda –que reemplaza a la que la grieta destruyó- Irene escucha a Efraín Romero y Moner Vega (que blanden sendas guitarras y entonan viejas y hermosas canciones). Por si fuera poco, bajo un cielo azul tamizado de nubes, el sol reverbera con reluciente ternura. Al verlos y escucharlos, tengo la certeza que aquella es, más allá de los protocolos y los programas, la autentica gratitud de volver. La fiesta verdadera. La sorpresa perfecta. El recuerdo insobornable.
A mediodía, ver desfilar a Diana Ayrahuacho -la muchacha más bella que reside en Cajatambo- fue otro privilegio. No menos, al visitar la feria agropecuaria, ser acogidos por el alcalde encargado y los regidores con el sabor de un suculento chicharrón con mote. Y finalmente, ver –por primera vez en Cajatambo- el banner de Perú Qoya y a su fundadora ofertando suvenires y tours en el frontis de centro cívico de Cajatambo.
La tarde del 28, al ritmo de las bandas de viento y las orquestas la fiesta discurría con el jolgorio habitual. Nada hacia presagiar que a pocos kilómetros para llegar a la ciudad y después de 48 años de uso permanente, la carretera de Pativilca-Cajatambo sería escenario de una tragedia. A las cinco de la tarde, un viejo ómnibus atestado de pasajeros y de carga rodó. Diecinueve muertos (cinco de los cuales eran mis familiares) y catorce heridos hicieron entonces de Cajatambo motivo de atención nacional.
Envueltos en frazadas, tendidos en el hall del local municipal, el día 29 amanecieron los finados expuestos ante la consternación general de un pueblo reunido para la alegría y a la vez resignado de golpe a  contemplar el rostro más sombrío de la existencia. Cinco ataúdes conducidos a Astobamba, otros cinco a Cajamarquilla y además siete velándose en la parroquia del templo de Cajatambo, marcaron un día de duelo riguroso.
Alberto Balboa,  al ingresar al local comunal de Astobamba ante los cinco ataúdes que contienen los restos de sus familiares, antes de desvanecerse, sintetizó el pesar y el asombro de todo un pueblo: “¡En qué me veo!” Contra lo previsible, luego de recuperarse, decidió partir con sus muertos con destino a Lima.
Pasado el mediodía del día 30 un cortejo de cinco ataúdes se enfila rumbo al cementerio general de Cajatambo mientras Jesús Huamán, Capitán de la Tarde de aquel día, se dispone a  enrumbar hacia el toril situado a otro extremo de la ciudad. Nada revela el marco luctuoso de esta celebración como aquella circunstancia: un grupo de personas (casi en su totalidad residentes en el pueblo) siguiendo el cortejo hasta ver sepultados en fosas comunes a las víctimas y otro grupo (en su mayoría provenientes de Lima y Huacho) congregado en un toril erigido por un par de días esperando ver al Capitán oferente y su corte de damas hasta el final de la tarde.
Sin buscarlo y tampoco poderlo eludir, me tocó conducir la celebración del día 30. “Vas a hablar, ah”, me pidió Jesús. Para hacerlo debí atravesar el pueblo  de un extremo a otro: del cementerio hasta la plaza de toros. Con el micro en la mano, teniendo ante mí la mayor concentración de concurrentes que en cualquier otro momento, nada me pareció más propicio para agradecer a los héroes anónimos que habían participado en el rescate y en la atención de los heridos. Y por eso mismo, ningún momento pudo ser más emotivo   -para los concurrentes y para la posteridad- que el  minuto de silencio con que se honró a los caídos.
Lo terrible y lo bello, cuando uno menos lo espera, nos sorprende siempre. En contraste, no por juventud ni por belleza sino por la gracia de sus gestos y la agudeza de sus expresiones, aquella noche me tocó comparecer ante la más linda de las concurrentes a la celebración en tributo de la más cautivante de las santas del Perú. “Tu sonrisa es lo mejor de esta fiesta”, le dije. Tanto que basta ver en el Facebook a Jesús Reyes Rivera para corroborarlo.
El día 31, conforme a lo programado y previsto durante un año, “Ñomi” García Quinteros, ofreció una recepción vistosa y elegante y de igual modo una corrida de toros  harto contundente  (menguada tan solo por la desidia de los toreros que se aprovechan de la indulgencia  del público). A diferencia del día anterior, en este caso me tocó apenas presentar los resultados del concurso de caballos de paso y decir algunas breves impresiones en el desarrollo de la faena.
Durante la noche, ante el desfile de músicos instalados en el atrio del templo mayor, pasé las horas más jubilosas bailando con mis primas Leti Quinteros, Gaby Ballardo, Jesús Reyes, en compañía de amigos como Leonardo Olave y de mi hermano Rolo Jr.
El 1.8.2014 llegué a casa a las cuatro de la mañana, luego de que junto con mi hermano fuéramos a acompañar a las primas a sus casas. Aquel baile en rueda y fuera del tumulto fue sin duda el más espontaneo, jubiloso y vistoso de la fiesta. Y nosotros, sus discretos y felices protagonistas.
Vestida como para enrumbar a las montañas la fundadora de Perú Qoya aun dormía cuando irrumpí en la venerable casa en Astobamba que la acogía. Pero pronto, preocupada por el éxito de la excursión, Lichi abandonó temprano el calor de las frazadas para hervir el mate con coca que habríamos de llevar (y que expertos montañistas nos recomendaron). A medía mañana partimos en la camioneta de Lucho Vizarres. Después de un recorrido de casi un par de horas llegamos al final de la trocha y después de una hora y medía de caminata (en la que nos cruzamos con un grupo de jóvenes judíos) alcanzamos nuestro destino final: la laguna de Viconga. Durante una hora nos solazamos contemplando la laguna y el nevado de Pucacalle y el Puscanturpa. También chacchamos y bebimos el abrigador brebaje que la fundadora de Perú Qoya preparó al amanecer.
Ulises Requejo (portando los equipos de filmación de URA Producciones) y José Victorio Roque (capturando imágenes para United Press Cajatambo), junto con los esposos Barrenechea, hicieron realidad esta incursión pionera de Perú Qoya entre las montañas de Cajatambo. Pocas serían todas las palabras para agradecerles su confianza y entusiasmo.
A las ocho de la noche, luego de recorrer 35 km (30 de trocha y 5 de camino pedestre) y asimismo después de haber ascendido hasta los 4,400 msnm en que se sitúa la laguna-represa de Viconga descendimos a los 3,200 de Cajatambo con la grata sensación de haber cumplido con lo anhelado y prometido.
Días después vendrían las visitas de exploración a las ruinas de Tambomarca (que se erige  sobre cuatro redondos morros que guardan restos de construcciones pétreas) y también el ascenso hasta la bulliciosa laguna de Milpoj.  Pequeña, bella y sonora laguna (por la presencia patos silvestres) próxima a un promontorio de piedras y pinturas rupestres llamada Matadera y a la cima rocosa del Sogucjirka que, por su ubicación y altura, constituye el más magnifico mirador de Cajatambo y sus inolvidables montañas.



CONCURSO DE CABALLOS DE PASO EN CAJATAMBO


Con la absoluta discreción que la circunstancia imponía, en señal de respeto a los fallecidos del día anterior, en el campo de futbol del colegio “Paulino Fuentes Castro”, la tarde del 29.7.2014 se realizó el primer concurso interprovincial y departamental de caballos de paso en Cajatambo.
Con la participación de representantes de la provincia de Huaral y del departamento de Ayacucho; de igual modo, con la presencia de un jurado oficial designado por la Asociación Nacional de Criadores y Propietarios de Caballos Peruanos de Paso - cuya sede se encuentra en Mamacona - se procedió a la competencia ecuestre convocada por la directiva presidida por el distinguido empresario y chalán cajatambino don Enrique Vega Quinteros.
Culminada la justa, los resultados según las respectivas categorías fueron los siguientes: Yeguas: “Piurana”, campeona del año 2014. Propietaria: Cecilia Yanque. De igual modo, cabe destacar que en esta misma categoría resultó campeona de campeonas “Cajatambina”, una yegua perteneciente a don Ezequiel Quispe. Al respecto, es menester ponderar que tanto “Cajatambina” como su propietario residen en Cajatambo.
En la categoría de potros, resultó ganador “Triano”, campeón de campeones 2014. En la categoría de capones, de igual modo, el ganador fue “Mandatario”. Ambos ejemplares de propiedad de don Jesús Márquez.
De esta manera, pese a las circunstancias luctuosas, contando con la concurrencia de las delegaciones invitadas, los criadores y propietarios cajatambinos cumplieron con el propósito de hacer de Cajatambo un referente en la agenda nacional de competencia de caballos peruanos de paso.




WAGRAJ PUKLLAY

Plaza de Ambar
Desde mi más remota infancia jamás olvidé las corridas de toros que ví en Cajatambo, durante las fiestas patronales en honor a Santa María Magdalena, cada 30 y 31 de julio de cada año. Por eso en Ambar, en el fundo familiar, en Lascamayo, nada disfruté tanto en mi temprana juventud que simulando torear a una vaca que no simulaba embestir. Una vaca pinta que cargaba con energía, aún cuando ni se movía. Bajaba y subía la cabeza y giraba veloz el pescuezo cada vez que le tendía la manta. Tanto, y con tanta destreza practiqué que, un día, no tuve más pensamiento que no fuera ir a la corrida en Ambar.
Cada 17 de agosto, en tributo a la Virgen de la Asunción, la prodigiosa “Mamá Shona”, el pueblo de Ambar también acarreaba, igual que en Cajatambo, vacas y toros para lanzarlos a una improvisada plaza. Entonces, toda la concurrencia, igual que en Cajatambo, se reunía alrededor de una explanada ubicada detrás del templo.
Con veinte años y algunos cientos de lecturas –entre ellas “Muerte en la tarde”- pululando en mi alma, el 17.8.1982, caminé todas las horas que entonces demoraba recorrer los veinte kilómetros de Lascamayo a Ambar pensando en la corrida. Con todo, al llegar y comparecer ante una veintena de reses agitando sus afiladas astas no pude evitar sentir un angustioso cosquilleo en la barriga. De manera que me retiré decepcionado, no de los ganados que acababa de ver sino de mi mismo.
Sin embargo, a la hora en que comenzó la corrida y soltaron el primer torito, sucedió lo impredecible. Mi hermano, acaso tan nostálgico como yo, pero completamente borracho, fue el primero en enfrentarlo. Naturalmente resultó cogido, claro que sin mayores consecuencias. Al verlo lanzado y pisoteado, no dudé un instante en ingresar a sacarlo. Incluso, al ver que demoraban en abrir la puerta grité: “¡Abran carajo! ¡No ven que mi hermano está borracho!”. Al verme aparecer, mi hermano obediente se retiró.
Sucedió entonces lo increíble, para mi mismo: me quité la chompa que nuestra Gordita (así llamábamos a nuestra mamá) había tejido para mí con paciente esmero y busqué al torito. Lo provoqué y lo burlé. Mucho más todavía al oír una voz de tierna golondrina (de quien luego, de seguro, el tiempo convirtió en abuela insomne) que me alentó diciendo: “¡Olé!” “¡Olé!”, en cada quite.
En la pausa, para el cambio de res, Lastenia y Nashe, dos amigas de mi madre, fueron las más efusivas en felicitarme. Pero Lastenia, sobre todo, en motivarme: “Césitar, no te preocupes, la ternerita que va salir, es su hermanita del torito. Si has toreado al torito te toreas fácil la ternerita”. La verdad que escucharla más que darme ánimo me hacía reír. En contraste, desde un extremo de la plaza, solo doña Benita y su hija Joaquina, las dos únicas cajatambinas que asistían –por mi culpa- con pavor a la corrida gritaban furiosas y orgullosas: “¡Ambarinos maricones porque no entran ustedes!”.
Al final de la corrida, sin saber a ciencia cierta cómo ni porqué, sencillamente di cuenta de todas las vacas y de todos los toros que de manera sucesiva fueron echados al ruedo. La gente aplaudía y hasta el Gordo Shella, el hombre más robusto del pueblo, entusiasmado me aupó sobre sus hombros para dar la vuelta al ruedo. Pero quien estalló de emoción fue Adán Quinteros, más que por ser dueño del ganado por ser de Cajatambo. En el centro del ruedo, mas ebrio de emoción que de tragos, me abrazó con los ojos brillando de euforia y saboreo cada una de sus palabras con implacable frenesí: “¡Carajo, hemos demostrado a estas mierdas lo que somos!”
Nunca jamás volví a torear como aquella tarde. Ni siquiera en Cajatambo.
 




viernes, 16 de mayo de 2014

WARMY USHAJ

Víctor Gamarra nació en Gorgor (Perú) y María Eugenia en Jalisco (México).
Entre las décadas del sesenta y del setenta del siglo pasado Víctor, después de permanecer tres años en Nueva York, pasó a residir por  dieciseis años en Los Ángeles, la ciudad que en el siglo XIX fuera territorio de México.
Aun cuando al llegar a los EEUU se desempeño como técnico especializado en tornos la pasión por la fotografía, del mismo modo que la cacería, acaparó su atención y dedicación.
Tanto que las horas libres que le dejaba la conducción del estudio fotográfico a su cargo -cuyo propietario era mejicano- los pasaba en reuniones entre rancheras y charriadas. Así ante la casi absoluta ausencia de peruanos hizo de de los mejicanos sus compatriotas.
 

viernes, 25 de abril de 2014

DÍA 14


“Escoja usted, ¿cuál desea?”. Miro las rosas. Todas, entalladas por una blanca mallita, se parecen. Señalo una. Será mi rosa.
Igual que la rosa, también ella, entallada por un apretado jean azul oscuro, me espera en la misma oficina donde un día nos besamos por primera vez. Han pasado ocho meses de aquel día y la mejor forma de decirle que tengo presente aquel día 14 será entregarle la rosa.
Sentados junto a la ventana del segundo piso de un chifa vacio y  sin mediar palabras, entre platos rebosantes con arroz chaufa,  le entrego la rosa. Sorprendida sonríe y se sonroja. Por mi parte, me pongo de pié y la beso.
Han pasado ocho meses de aquel primer beso y la mejor forma de decirle que tengo presente aquel día 14 es la rosa que su mano enflorece.
Al final del día, exhausta y categórica, entre el silencio y la oscuridad, la rosa reposa en la oficina y ella en mis brazos. Solo el susurro feliz de su voz ilumina la noche: “Me has dejado agotada”, dice. Al escucharla, ocho meses después, me parece que más que ella misma es la vida que me habla.

TORO TORO

Ingreso a caballo del Capitán de la Tarde y sus damas.

En Huacho, en una esquina de la avenida principal que conmemora el día de la Independencia, de pronto, enfundado en un pantalón oscuro, una camisa celeste y un pulóver azul, coincido con quien desde que tengo memoria conocí cabalgando briosos corceles y conduciendo una de las mas promisorias ganaderías del Valle de Ambar. No por nada, siendo joven, por disposición del ministerio de Agricultura, apareció un día en el pueblo para hacerse cargo de la atención de los ganaderos. Llegó por trabajo y se quedó por amor. Por amor a Carmen, la guapa ambarina que le dió cinco hermosas hijas y un hijo varón, (a quien puso el nombre de su padre: Genaro).
El tiempo pasó, y la época de los caballos y la ganadería también, pero no la gratitud y el orgullo de haberlos forjado y vivido. Pues, a sus casi setenta años, Adán Quinteros es, al igual que casi todos los antiguos ganaderos de Ambar, dueño de plantaciones de duraznos que han convertido al distrito en uno de los principales valles frutícolas de la región. Con todo, Adán es, y seguirá siendo, ganadero y sobre todo cajatambino. Tanto, que aun su hijo y sus hijas, pese a haber nacido en Ambar, comparten su pasión y preferencia por Cajatambo. De manera que, efusivo y enfático, precisa: “Fíjate tu, todas mis hijas han salido damas aquí en Huacho. En mi casa hay de recuerdo una colección de vestidos”. No es para menos, Adán y Carmen, son la pareja que mas ha contribuido al embellecimiento de Ambar para gratitud de Cajatambo.
Le menciono que lo ví en la reciente reunión de la comunidad cajatambina en Huacho saboreando un mate de pari. “Claro, yo también te ví”, me responde. Enseguida, me dice que tuvo que irse por una urgencia y que le mortifica no haber comprometido su apoyo para el Capitán de la Tarde Taurina 2014 oferente del convite; pues precisamente, para eso se organizan los wilakuy, para decir en que va a consistir el aporte que garantice el éxito de la celebración.
“Tanta sería mi emoción y entusiasmo que más antes me venía desde  Ambar hasta Huacho con mi caballo. Que cojudo, digo ahora, cuando, en vez de maltratar mi animal, podía haberlo traído en un camión”. Sin embargo, aunque no lo dice, más podía la pasión de ser un chalán y un hombre orgulloso de honrar la herencia del pueblo en que nació. 
Capitán de la Tarde: Juan Zevallos Arias. 1972.
“La verdad que yo he vivido otra época y lo que se hace ahora en Cajatambo en la fiesta, para mí, ya no es fiesta”. Dice que se trata más bien de un acto de lucimiento y de legitimación social y económica. Un modo de exhibir y proclamar solvencia y prosperidad antes que identificación y devoción. Dice que en sus tiempos, hasta la década de los sesenta del siglo pasado, las comunidades campesinas patrocinaban sus fiestas y las familias notables del pueblo la celebración de las tardes taurinas. “Cada cual por su lado, pero con  mucho respeto y cordialidad”. (Acaso a ese respeto ancestral, me pregunto, se deba a que en Cajatambo a nadie se le llame por un apodo y en Ambar, en contraste, nadie tiene mejor nombre que un apodo).
Entusiasmado por sus recuerdos me sugiere sentarnos para beber algo. Recalamos en un pulcro restaurante y alzando sendos vasos con jugo de frutas brindamos por el pueblo al que nos debemos. “En mis tiempos, dice, un ganadero era el hombre más importante que recorría los pueblos con su caballo”. Con su caballo y su revolver, pienso. No exagera, ni mucho menos, en épocas donde la agricultura era para el consumo local, la economía rural se sustentaba ante todo en la única actividad cuyo producto, sin carreteras, era posible movilizar: la ganadería. Por tanto, el ganadero no era un simple comprador, sino todo un personaje investido de atributos de banco ambulante y salvador providencial. Por eso mismo, para nada celebra ni  pondera la renta de sus tierras que producen duraznos, sino toda su nostalgia se concentra en su época de ganadero. Una época que además de negocios tiene más de venturas y aventuras.
Pueblo ganadero y taurino, Cajatambo, cada 30 y 31 de julio, año a año, se paraliza para espectar las corridas de toros en tributo de su patrona: Santa María Magdalena. Se trata, sin duda, de una tradición que de seguro surgió al mismo tiempo que la actividad ganadera en su territorio. Pero fue en el siglo XX, a consecuencia del prestigio de la actividad taurina en España, que en pueblos como Cajatambo arraigó aun más aquella herencia. De tal suerte, que hasta las bailoras del flamenco, encontraron un lugar en las celebraciones patronales del pueblo cajatambino.
“Antes, dice Adán, la fiesta comenzaba desde la traída del ganado bravo. Todo eso ya no existe”. Es verdad, los toros que se lidian en estos tiempos en los ruedos portátiles, bajan del camión y después de unos minutos, desaparecen del mismo modo que llegaron. Resulta tan mecánico y previsible el procedimiento, que todos lo toreros terminan pareciendo un solo torero y todos los toros un solo toro. De manera que, valgan verdades, de mucho no sirve que cuesten tanto para tan poco. Pues, salvo la elegante coreografía que lo precede, para estas corridas ya no resuenan los chicotes en los caminos, ni el pueblo, entre temeroso y curioso, mira y comenta que los temidos bravos están llegando, conducidos por no menos bravos e intrépidos chalanes cajatambinos.
“En otros tiempos, luego de tener autorización de los dueños (el principal fue Teófilo Reyes) el Capitán invitaba a los ganaderos más calificados para traer los bravos. Los reunía en su casa y los agasajaba. Entonces quedaban comprometidos para garantizar que en la plaza, el día de la corrida, aparecerían los bravos mas bravos de la provincia”. Teófilo Fuentes Rivera, Eutimio “El Chino” Rivera, los hermanos Andrade y Adán, el calichín, eran los héroes de aquellas gloriosas y remotas jornadas. Las haciendas de Shiri, Izco y Pumarinri, de Teófilo Reyes, eran los apartados confines de donde provenían los más viejos y bravos bravos. “Cuando llegábamos, después de entregarle los regalos del Capitán de la Tarde al pastor, nos poníamos a chacchar. Después, para escoger, el pastor entraba al corral y los iba separando. Los arriaba igual que a ganado manso. Era el único que podía hacer eso, pues lo conocían. Una vez separados, Eutimio entraba a caballo para ver si embestía y después le hacia frente con la manta Teófilo. Una vez probados y aprobados, cuando la manada partía, yo a mis dieciséis años me encargaba de ir adelante para avisar a la gente que venían los bravos”.
Recuerda a Juan Chamorro y Pichijuana, los legendarios personajes de las tardes taurinas de Cajatambo. “Eran marido y mujer. Vivian en el molino de Cuchichaca. El era trenzador. Le llevaban cueros y el entregaba cabrestos y cabrestillos, según le pedían”. Con un cabresto cruzándole el pecho y calzando un shucuy de estreno, Juan Chamorro, y su mujer, con su pollera y su manta a la espalda, seguida de un perrito blanco –de allí la chapa- aparecían en la plaza, ante el júbilo y la expectación del pueblo. “Pero era ella la que toreaba”, recuerda Adán. “Se ponía a bailar y cuando el toro embestía del modo más sorprendente y simple hacia un giro, y el toro se pasaba. Entonces la gente gritaba y aplaudía”.
Fornido, rubio y rozagante, Antonio Salazar, a pesar de sus ojos claros, fue una cajatambino con alma indígena. Ganadero legendario y notable danzante, cierto día hacía alarde de temeridad parado al pié de la baranda. “Salió un toro blanco jaspeado, cachudo y lanudo. Era un toro viejo. Corrió a embestir por toda la plaza y cuando el viejo Antonio penaba subir, lo agarró. Cogido de la barriga lo llevó al centro”. En tales circunstancias un clamor aterrador se adueño de la plaza. La policía intento balear al toro pero se lo impidieron: era preferible que Antonio muera en el ruedo a que ruede inerte a causa de un mal tiro. “En eso, apareció Pelayo Fuentes Rivera y con la manta llamó al toro, y este, para embestir, bajó la cabeza y entonces Antonio cayó al suelo y se fue rodando”. Pero a pesar que el toro lo tuvo suspendido de la barriga, tal si se tratase de un milagro no se veía por ninguna parte el más mínimo asomo de sangre en el cuerpo adolorido de Antonio. Pues lo que en verdad sucedió es que en su embestida el toro engancho no el vientre sino el waccho (la faja) que acostumbraba llevar el veterano ganadero.
“A pesar de que me gustaba arrear los bravos yo nunca torié. Tampoco la única vez que entré a la plaza”. Recuerda a Ruth y su desafío: “Si toreas”. El día de la corrida soltaron una vaca y ella le lanzó su pañolón, decidido Adán enfrentó el reto, pero llegando a su lado el animal se dió la vuelta. “No importa, le digo, tu hiciste  tu faena y ella tenía que compensarte”. Se mata de la risa y más chino que nunca, jubiloso de haber exaltado su nostalgia, me abraza para despedirse. Al verlo partir, recuerdo las palabras de mi madre: “Bien dice el dicho: quien fue buen joven será buen viejo”.     

lunes, 31 de marzo de 2014

EL DOMINGO DE DOMINGO

                                                                                                                                   (Foto: Marisol Pinedo)

Guiado por el apego insobornable de la sangre a la tierra que dió vida a nuestras vidas, consagrado a través de la devoción a María Magdalena, patrona de la provincia de Cajatambo, exactamente el día de su cumpleaños, Domingo García Quinteros eligió juntar amigos y familiares el domingo 30.3.2014.
Oferente principal de las celebraciones patronales en Cajatambo, Capitán de la Tarde taurina del 31.7.2014, sin duda Domingo, aquel domingo, protagonizó su onomástico más concurrido y apoteósico. Nunca mas justo ni mejor merecido. Pues, si es verdad que cantar es engañar a la muerte (que siempre gana), nada más cierto afirmar que Domingo a través de “Los Clásicos”, el grupo musical que dirige, es quien con más éxito la ha burlado con instantes de eterno júbilo y suprema emoción.
Por eso, aunque se tratara en concreto de una Junta (que en Huacho se denomina Wilakuy), antes que un acto de respaldo y afirmación, al amigo y a una entrañable tradición, el domingo 30 de marzo en local de Huarocondo (que existe en el mapa y en la imaginación) Domingo ha sido merecedor del más explicito y franco homenaje a su trayectoria de tenaz cultor de la música cajatambina. Y el mejor homenaje ha sido que todos los que se hicieron presentes le dieran como presente a Domingo el más inolvidable domingo de su vida.
Incluso yo mismo, a mis cincuenta y un años, rengo y convaleciente de una operación reciente, decidí abandonar mi reposo forzoso y llegar a aquel local cuyo nombre tuvo para mi -desde la lectura de “Un mundo para Julius”- míticas resonancias literarias (pues ocurre que el mayordomo de la trama de la novela de Alfredo Bryce es el tesorero, nada menos, del Centro Social Huarocondo). De manera que, seguro de hallar la recompensa de gratos reencuentros, imposibilitado de bailar y apenas tentado a beber, por primera vez en mi vida pasé, el domingo de Domingo, todo el tiempo de mi permanencia dedicado a ver bailar entusiastas y sedientos concurrentes.
En particular, no podría evocar el domingo más feliz de Domingo sin mencionar que la condena de contemplar me procuró la gratitud de vislumbrar el regocijo de una nueva generación tan virtuosa y dotada para el baile y para la vida, que a su modo, con su alegría, tributó a Domingo y a Cajatambo, el más espontaneo y cautivante de los espectáculos. No por fugaz menos memorable, no por tumultoso menos vistoso. Excelso y discreto privilegio el mío de ver  hermosa a una mujer en el momento en que lo es más todavía: cuando baila.
Los médicos, y nosotros mismos que somos su materia prima y final, tenemos la certeza de que nuestro cuerpo se compone de órganos, de partes de un todo que nos da vida y salud. Pero aunque no lo digan los médicos, ni nosotros mismos lo pensemos, las mujeres y los hombres, más que de músculos o de huesos estamos hechos de historias. Historias que convierten un árbol o una calle en algo más que una planta o una hilera de casas. Y es por esa embriaguez de comparecer ante lo vivido y  lo vívido, despojados de todo cuanto somos o hacemos, es que de vez en cuando nos juntamos para que al igual que los árboles que conforman el bosque o las calles al pueblo, celebrar juntos el orgullo y la gratitud de saber que Cajatambo, más que en un espacio geográfico, estará siempre presente donde está su gente.  


Reporte fotográfico:

http://ulisesrequejo.blogspot.com/2014/03/junta-las-100-de-domingo-garcia.html

domingo, 23 de marzo de 2014

LA MULA DE MIS AMORES

"No pensé que este día me tenia reservado el regalo de tu presencia", le digo. "No me emociones tanto, que en este momento soy capaz de pedir el divorcio", responde sonriendo. A unos metros, una camioneta la espera con su familia a bordo (para hacer un recorrido de treinta minutos lo que en otro tiempo demandaba horas recorrer). Casi cuarenta años después, la tarde del 4.9.2016, en el mismo lugar en donde la conocí, perplejo, con no menos pesar que gratitud, escucho su voz y miro su mirada. 

Reales o virtuales, a mí  jamás me hablaron de mulas. No hizo falta: nací y crecí viendo, y cabalgando, una mula. Una mula inolvidable por su fortaleza y su indulgente mansedumbre. Una mula irrepetible y única, igual que la vida.
Memorable, mucho más todavía, desde aquel día en que, mientras el padre de mi madre ingresó a la cocina a desayunar, al ver la mula atada al bramadero del patio (pues mi abuelo se aprestaba a viajar) caí en la tentación de sentarme en su montura y salir al camino.
"!Augusto, mira a ese muchacho! !Se va a caer!". Me parece oír todavía a mi abuela (que hasta los 103 años  y 8 meses nos acompaño ), al ver lo que veía: a su nieto de cuatro años sobre el lomo de la recia mula. Por su parte, mi abuelo fue breve y muy puntual: "!Dejalo!!Dejalo!". Enseguida vino a mi encuentro sonriendo. 
Tan noble y afable era nuestra mula que hasta para cruzar el río se detenía y nos permitía, a mi hermano y a mí, tirarnos de barriga sobre su cálido y compacto lomo, hasta que un día -para variar- al llegar a la orilla, mi hermano resbaló y cayó a las frías aguas del río, (mientras yo me reía al verlo patalear hasta salir empapado).
"Las mulas viven más que los caballos y los burros", nos instruía mi madre. Era evidente, pues cuando el abuelo murió lo más querido que nos dejó fue la mula que lo sobrevivió. Y por eso mismo, hasta cuando a los catorce años conocí y me enamoré de Carmen (una rozagante y esbelta gordita siete años mayor que yo), fue mi mula fiel la que me llevó hasta el pueblo para sofocar el fuego atroz y maravilloso que devoraba mi existencia.
Veinte años después, en 1997, casada y con hijos, el recuerdo de aquellos días entre nubes y lluvia, aun conmovían a Carmen: "Igual que en un cofrecito -decía- siempre estarán guardados en mi corazón".
Para mi, sin embargo, su recuerdo es indisoluble de mi primera y única mula. Por eso, cuando partí a su encuentro, un día de fines de marzo de 1977, conforme me aproximaba a Ambar, al mismo tiempo que sentía intensa emoción por volver a ver a Carmen mi urgencia  por asegurar el retorno de mi cabalgadura a Lascamayo no era menor. De manera que cuando, justo a la entrada del pueblo, me crucé con el viejo Shela, arriando a paso ligero sus burros, mi corazón dió un vuelco de alegría. Era mediodía, lo saludé y le pedí llevarse la mula de regreso. Enseguida descabalgué y de inmediato los vi partir. Entonces, al verlos alejarse, inmóvil, detenido en medio del camino, consternado, lloré. Pues mas que un viejo sobre una mula era la vida la que se iba.  
 

sábado, 15 de marzo de 2014

RICARDO ESPINOZA Y MANEL DE LA MATTA


Ricardo en el Mirador de San Antonio. Cordillera Huayhuash.
Guía de montaña y miembro de la comunidad campesina de Huayllapa (provincia de Cajatambo), uno, y el otro, economista y alpinista nacido en Madrid, a pesar de la distancia de los lugares en que nacieron, unidos por una pasión común hacía las montañas, se conocieron y fueron amigos.
Ricardo, el montañero más calificado con que cuenta Cajatambo, es el guía que mas ha recorrido y mejor conoce la Cordillera Huayhuash. Padre de tres hijos varones (no menos amantes de las montañas que el padre) esta casado con Avilia Roque.
Cuando le pregunto quien, de todos cuantos conoció y conoce, es el alpinista que mas recuerda; sin dudarlo, de inmediato, responde: "Manuel, un español que se quedó en el Huayhuash varios meses. Ese pata si era un capo. Hasta me hizo escalar. Aquí paraba feliz. A veces hasta iba con nosotros a la chacra. Comía lo que comíamos y también chacchaba. Por las noches, sacaba su cuaderno y anotaba todo lo que conversábamos".
Con Ricardo,  frente a la laguna Jurao. Cordillera Huayhuash.
Las palabras de Ricardo, sin duda, condicen con lo que Valentin Giró, dicipulo y colega, considera era trepar cumbres para Manel: "La montaña era mucho más que la escalada escogida, era la historia y las narraciones de los alpinistas que la habían ascendido, su literatura, la fuerza de su naturaleza; los colores y formas de sus rocas, del agua, del hielo y el viento, el país".
Después de la cena, sentado ante la misma mesa donde también estuviera el alpinista catalán, le preguntó a Ricardo sobre su paradero. "Quedó en volver -responde- pero sus paisanos, otros españoles, me han dicho que murió de apendicitis subiendo una montaña en el Himalaya".
Entonces recuerda aquella ocasión de su visita en que luego de diez días se volvieron a encontrar. "Cuando volví estaba feliz.'Oye Ricardo, que te parece, me subí al Rosarío', me dijo". Enseguida, para celebrar, fueron hasta el pueblo. "Pucha, ese día comimos pachamanca y nos emborrachamos todo el día".
Así era Manel de la Matta, el alpinista que murió y se quedó el 18.8.2004 en la cima del K2, la segunda montaña más alta (pero primera en dificultad) del mundo. El mismo que, fiel a su pensamiento y a su sentimiento, declaró un día: "Es normal que se busque escalar y explorar las montañas más famosas, pero cuando esto ya se ha hecho, siempre queda encontrar o abrir nuevas y olvidadas vías”.


SHAMUY, PURIY, RIRGUY / VEN, CAMINA, MIRA

Sissy y Rolando (mis hermanos) junto con una amiga, en el mirador San Antonio

Junto con su música, su gastronomía y su folclor, la provincia de Cajatambo (356 km al noreste de Lima) guarda en su territorio una verdadera joya glaciar: La Cordillera Huayhuash. Visitada por extranjeros y desconocida por los propios cajatambinos, el Huayhuash recibe cada año más de cuatro mil personas que deslumbrados y deslumbradas lo recorren.
Por eso, no deja de ser paradójico y deplorable que la concurrencia nacional sea menor, y por eso mismo, su valoración escasa. Mientras, recorriendo miles de kilómetros, hay quienes no aceptan seguir viviendo sin hollar sus pasos sobre sus encantos, ó, cuando menos, mirarlos. Sin embargo, un país que cada día crece y logra alcanzar retos tantas veces postergados, merece también -con esfuerzo y decisión- alcanzar lo que jamás pudo, aun teniéndolo, ver y disfrutar.
Con ese propósito, para que las cajatambinas y cajatambinos  su perspectiva y orgullo de serlo (pues el 60 por ciento de C. Huayhuash pertenece a Cajatambo) y también para cualquiera -peruano o no- que crea que los mejores placeres de la vida son, justamente, aquellos que valen la pena; aquí una muestra de lo que pueden encontrar y experimentar.











                                                          

jueves, 13 de marzo de 2014

REGRESO A HUACHO



He pasado las mas de cuatro horas que el ómnibus a tardado en volver dedicado, a pesar del inclemente bochorno, a leer entrevistas y crónicas a través del celular. 
De modo que las palabras me han librado de una condena estúpida y enajenante.
 Así, a pesar del calor y la vulgaridad del viaje, he ascendido al Everest con su conquistador y al Huascarán -nada menos- con su supuesta, a la postre falaz,  conquistadora. 

Edmund Hillary
                  Annie Peck


También he conocido detalles de la composición de "La flor de la canela" compartida por su talentosa y bella autora. 

Chabuca Granda

Y para ir, mientras el viejo rodado traqueteaba cruzando el arenal, de las montañas al mar, me he regocijado con las confesiones del introductor del surf en el Perú y de la penetración -según confesión propia- de dos mil mujeres por el mundo.

Carlos Dogny
Así, cuatro horas después, con el aparatito en el bolsillo, resignado volví a la realidad.