jueves, 12 de agosto de 2010

UN TROVADOR EN LA SUCURSAL DEL CIELO


José Quinteros Pérez, nació en Cajatambo. A los 38 años, trágicamente, el 9 de agosto de 2010, la colisión mortal del vehículo en que se transportaba, muy a su pesar, y de quienes lo conocieron, lo ha conducido al confín más extremo de la vida. Ha muerto de la manera más inesperada, absurda y violenta, con que se puede morir una fría madrugada en que basta un instante para poner fin a aquel otro viaje que emprendió un 16 de julio de 1972.
Entonces, ante tan grave y rotunda evidencia, quienes lo esperaban han debido retornar; y quienes lo habían visto, apenas hace unos días -durante las celebraciones patronales en Cajatambo- también debieron volver. No obstante, fue imposible hallarlo; pues, en el ataúd que contenía sus restos era donde menos se encontraba el José al que todos quienes lo conocieron se empeñaban en ver. Y es que José hizo de la amistad un culto, de la nostalgia un pedestal y del silencio una virtud.
Respetuoso, bondadoso y orgulloso; lo fue en la más justa proporción en que puede serlo solo quien ha descubierto que, con lastimera frecuencia, las carencias engrandecen y las grandezas empequeñecen. Y es que el muchacho que un día se aferro a una mandolina para amenizar su paso por este mundo, y el de quienes se aferraron a él, fue mucho más de lo que creyeron quienes pensaron conocerlo.
Sin duda, le divertía ser más de lo que esperaban que fuera. Pues aunque para sus paisanos será siempre el trovador de cuerdas vibrantes, el hijo de Juan “Shuty” Quinteros, en la memoria de la gente de Ambar (aquel distrito que hasta 1935 perteneció a Cajatambo) no es menos cierto que será siempre el serio y raudo constructor por cuyas manos se hicieron realidad las instalaciones de servicios básicos de agua y desagüé, las trochas carrozables, los canales de riego y los puentes y badenes que han transformado a “La sucursal del cielo”, (que es como gustan llamar los ambarinos a su tierra).
Ganar dinero le permitió disfrutar, amén de comodidades materiales, de lo que fue siempre su mayor patrimonio: sus amigos. Por eso la convocatoria final de su partida ha reunido, junto con sus parientes, paisanos y amigos, a personas provenientes de Ambar y otros distritos. Así, mientras habrá quien lamente la ausencia del José que no eludió ninguna responsabilidad festiva en Cajatambo, también habrá quien al cruzar el río Supe-Ambar acaso encuentre un puente que se llame José Quinteros Pérez. Pues todo eso fue el José que se fue entre los acordes de cuatro guitarras y dos mandolinas. Y es que solo por José se han vuelto a reunir todos los músicos con quienes alternó en épocas y agrupaciones diferentes.
Fui amigo del José bohemio y a la vez del José emprendedor. No ignoro que hay quienes, de una y otra parte, lo conocieron mejor que yo; sin embargo, me cabe la certeza, de que solo a mí me tocó tratar al José que empuñaba una mandolina como la extensión suprema de su ser y del mismo modo al José que portaba con orgullo un expediente técnico como su razón de ser. Y acaso, esa singular perspectiva, justifique esta evocación.
En más de una ocasión, siempre bajo el cielo de Ambar, conversamos durante horas. Con todo, a pesar de los pesares, le agradezco el súbito privilegio de volver a comparecer -por él y junto a él- ante presencias entrañables que, de manera unánime, concurren para deplorar su partida al mismo tiempo que celebran haberlo conocido. Y es que además de parientes y paisanos, solo José ha podido ostentar la envidiable fortuna de ser llorado por las más hermosas mujeres que transitan por las calles de “La sucursal del cielo”, y aun de Huacho.
Pero sobre todo, lo más digno de su partida, es que por sobre la pena ha prevalecido la gratitud. Y es por eso que José se ha ido, igual que una canción, premunido del talante estelar que solo la música hace posible alcanzar: entre aplausos que celebran su cautivante y atroz fugacidad.


http://www.youtube.com/watch?v=uukW6nAmvZQ&feature=related